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de todos los habitantes del país. Somos portadores de la cultura, pero no nos pertenece, sino a todo Chile.
Nombre: José de la Cruz Salvo Poblete
Nacimiento: Santiago, 1842
Muerte: 1917
Padre: José Ignacio Salvo
Madre: Manuela Poblete
Cónyuge:
Hijos:
Filiación política:
Profesión: Militar
Estudios:
1870. Se recibe de abogado
Carrera Militar:
1859. Escuela Militar
1860. Alférez de artillería, 4 de octubre
1864. Teniente
1869. Capitán
1870. Comandante de Armas de Lumaco
1879. Reincorporado al Ejército
1879. Jefe del Parque de Artillería de Antofagasta
1879. Sargento mayor, regimiento Nº 2 de Artillería
1880. Teniente coronel
1891. Integra
1891. Fiscal Militar
Carrera Política:
Carrera Laboral:
Observaciones
Participo en el Bombardeo de Antofagasta, Pisagua, Dolores, Tacna.
Fue redactor de la “Revista Militar” en 1889.
Fue el oficial encargado de pedir la capitulación de Arica, al coronel peruano Bolognesi. Sobre este hecho, Vicuña Mackenna escribe la narración de Salvo sobre dicho suceso:
“Quitada la venda de los ojos de Salvo, fue introducido a presencia del jefe peruano, que de pie recibió a nuestro enviado.
Bolognesi era un anciano de marcial apostura; de frente ancha despejada, nariz si se quiere recta pero un poco ancha; usaba pera y bigote y tenía todo el aspecto de un viejo veterano.
En esos momentos llevaba un sencillo uniforme cubierto por un paletot azul abrochado militarmente; sus pantalones eran color garanse, es decir, grana o colorado, como los que antaño usamos nosotros, con franja de oro en ambas piernas; y cubría su cabeza el tradicional quepis de estilo francés, llevando al frente el escudo peruano, que era un sol de oro:
«Un momento después el oficial chileno llegó a la presencia del jefe de la plaza; su conferencia fue breve, digna y casi solemne de una y otra parte.
’El coronel Bolognesi había invitado al mayor Salvo a sentarse a su lado en un pobre sofá colocado en la testera de un salón entablado pero sin alfombra y sin más arreos que una mesa de escribir y unas cuantas sillas.
Y cuando en profundo silencio ambos estuvieron el uno frente al otro, se entabló el siguiente diálogo:
-Lo oigo a Ud., señor -dijo Bolognesi-, con voz completamente tranquila.
Señor -contestó Salvo-, el general en jefe del Ejército de Chile, deseoso de evitar un derramamiento inútil de sangre, después de haber vencido en Tacna al grueso del Ejército Aliado, me envía a pedir la rendición de esta plaza, cuyos recursos en hombres, víveres y municiones conocemos.
-Tengo deberes sagrados, repuso el gobernador de la plaza, y los cumpliré quemando el último cartucho.
-Entonces está cumplida mi misión, dijo el parlamentario, levantándose.
-Lo que he dicho a Ud. -repuso con calma el anciano-, es mi opinión personal; pero debo consultar a los jefes; y a las dos de la tarde mandaré mi respuesta al Cuartel General chileno.
Pero el mayor Salvo, más previsor que nuestros diplomáticos, le replicó en el acto:
-No, señor comandante general. Esa demora está prevista, porque en la situación en que respectivamente nos hallamos, una hora puede decidir de la suerte de la plaza. Me retiro.
-Dígnese Ud. aguardar un instante, replicó el gobernador de la plaza. Voy a hacer la consulta aquí mismo, en presencia de Ud.
Y agitando una campanilla llamó un ayudante, al que impartió orden de conducir inmediatamente a consejo a todos los jefes.
Mientras éstos llegaban conversaron los dos militares sobre asuntos generales; pero el jefe sitiado insistió sobre la necesidad de regularizar la guerra, lo que pareció traicionar cierta ansiedad por su vida y la de los suyos; mas no se llegó a una discusión formal, porque con dilación de pocos minutos comenzaron a entrar todos los jefes a la sala.
El primero de ellos fue Moore, vestido de paisano, pero con corbata blanca de marino; enseguida Alfonso Ugarte, cuya humilde figura hacía contraste con el brillo de sus arreos; el modesto y honrado Inclán; el viejo Arias; los comandantes O’Donovan, Zavala, Sáenz Peña, los tres Cornejo y varios más.
Cuando estuvieron todos sentados, en pocas y dignas palabras el gobernador de la plaza reprodujo en substancia su conversación con el emisario chileno, y al llegar a la respuesta que había dado a la intimación, se levantó tranquilamente Moore y dijo:
-Ésa es también mi opinión.
Siguieron los demás en el mismo orden, por el de su graduación, y entonces dejando a su vez su asiento el mayor Salvo, volvió a repetir:
-Señores, mi misión está concluida... Lo siento mucho.
Y luego, alargando la mano a algunos de los jefes que le tendían la suya cordialmente, fue diciéndoles sin sarcasmo, pero con acentuación:
-Hasta luego.
Despedido enseguida en el mismo orden en que había sido recibido, llegaba el mayor Salvo a su batería, a las 8:30 de la mañana, y sin cuidarse mucho de decir cuál había sido el resultado de su comisión, pedía un alza y un nivel para apuntar sus piezas de campaña a los fuertes del norte que tenía a su frente’». Vicuña Mackenna termina esta interesante página con la anotación siguiente: «La escena y el diálogo de la intimación de Arica, nos fue referida por el mayor Salvo a los pocos días de su llegada a Santiago, en junio de 1880, conduciendo en el Itata, los prisioneros de Tacna y Arica, y la hemos conservado con toda la fidelidad de un calco»”.
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